lunes, 21 de febrero de 2011

Mi dependencia con el café

Entiendo perfectamente que el exceso de café puede afectar el estómago, provocar o acentuar una gastritis, poner los dientes negros y muchos etc.  Pero no puedo dejarlo.  Me declaro abiertamente ADICTA al café.  Necesito un café al levantarme antes de salir de casa.  Llegando a la oficina Lizita se encargará de darme otro muy sabroso en un mug gigantesco, porque eso de tomar un expreso en taza chiquita no me viene bien.  Es como comer una trufita en lugar de una maravillosa porción gigante de torta de chocolate de Capriccio.  Me gusta un jarro grande.  Definitivo. Si tengo alguna reunión durante el día probablemente pediré otro café.  Después de almuerzo es imprescindible el cafecito.  En fin.  Puedo tomar un mínimo de 4 tazas al día.
Es una adicción.  Totalmente adecuada a mis propias necesidades.  Por ejemplo, es clarísimo que si no tomo café en la mañana, mis ojos no se abren del todo.  Eso trae consecuencias, no puedo maquillarlos bien, no vería bien cuando manejo a la oficina, no sabría como dejé vestidas a mis hijas y no podría haber dejado claramente indicado que se cocinará.  Si en la oficina no tomo mi café al empezar, el cerebro no me funciona.  Leo correos electrónicos que no entiendo, olvido quien es mi jefe.  Los encargos urgentes dejan de serlo, mi razonamiento se reduce peligrosamente.  Por el bien de mi puesto de trabajo, ese café es imprescindible.  Es cierto que podría prescindir del café en las reuniones, de hecho a veces lo hago, pero si la reunión es un poco compleja, larga o tediosa, solo un café logra mantenerme alerta y evitar que suelte sandeces o peor aún, que ronque en plena reunión.  Después de almuerzo ni decirlo.  Es mi conexión para ponerme en modo trabajo.  Imprescindible también.  Si tengo sueño el café me despierta, pero si tengo ganas de tomarme un café antes de dormir, pues no me quitará el sueño.  Es un vicio maravilloso, ductil y adaptable a mis necesidades.

Cuando salí embarazada de mi primera hija entré en pánico.  Y no porque imaginaba todas las responsabilidades que se venían por delante.  Para ello estaba perfectamente preparada, tanto psicológicamente como en corazón.  Pero no estaba preparada para dejar el café.  Pues vas donde el ginecólogo y te da una serie de recomendaciones sobre hábitos alimenticios adecuados durante la etapa de gestación (que incluían como 6 claras de huevo al día), pero es un hecho que, así como te pide no fumar (que no era un problema para mi pues odio el cigarro) y no tomar (que se arregló con una copa de vino de vez en cuando y después de los tres meses),  te pide no tomar café.  Eso si que no, le dije.  ¿Qué tanto puede afectar a mi bebé un poco de cafeína? a lo mejor me pateará un poco mas, eso lo puedo soportar.  La verdad es que nunca me quedó claro porque le hace mal, pero como buena abogada que soy, llegamos a una transacción extrajudicial que me permitió tomar UNO y solo un café al día.  Siempre es mejor un mal arreglo que un buen juicio.  Eso me lo aprendí de memoria en la universidad.  Así que empecé a vivir con ello.

La administración de esa magnífica taza durante cada día de la gestación fue todo un arte.  Pero claro que me traía consecuencias.  A veces la usaba para empezar el día y otras para empezar la tarde.  Pero me moría de sueño.  No sé si es psicológico o realmente era la forma silenciosa en que mi organismo protestaba.  Podía caer dormida donde fuera y delante de quien fuera.  De hecho un par de veces me golpeé la frente con el monitor de mi computadora de tanto cabecear.  Y tuve que vivir 9 meses así, con una escasa dosis de café.  ¡Perdón!  ¡mas de 9 meses!  Durante la lactancia también me quitaban el café porque podía quitarle el sueño a la bebe.  Y con tal de que duerma la niña, la adicción mas poderosa en mi persona pudo ser controlada.
Dejé de dar de lactar y retomé el ritmo del café... pero por muy pocos meses... porque por esas cosas del destino que nadie tiene claro, salí inmediatamente embarazada y la sabia naturaleza esta vez me trajo un embarazo en el que no soportaba el café.  Imagínense como se habrá sentido mi mug cuando en lugar de colocarle un humeante café le ponía una sosa agüita de vieja.  Pero no lo soportaba.  Me provocaba náuseas su olor.  Era de locos.  Ni yo lo podía entender.

Bueno, así son las pasiones ¿no?.  Intensas por momentos, odios extremos en otros y como al fin y al cabo las pasiones son adictivas, aquí estoy de nuevo, envuelta en la misma adicción, sin posibilidad alguna de que se vea interrumpida por embarazos, gastroenterólogos o dentistas.  Discúlpame Elika, pero esta partida no la ganarás nunca.

7 comentarios:

  1. El café es algo que nunca me ha gustado, y creo que eso no cambiará nunca. Felizmente la leche no tiene tantos detractores.
    Aprovecho para decir que no entiendo por qué, cuando tomo lonche fuera de mi casa, nunca me ofrecen leche. El café y el té abundan, pero la leche escasea. Y si la pido y encima caliente, pura y sin azúcar, me miran como si pidiera algo impensable.
    Como diría Marcela, adoro la leche (aunque su frase original es "adoro la playa").

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  2. mario alberto alegre21 de febrero de 2011, 8:50

    las adicciones son malas NO te presentan las facturas ahora si no al tiempo, cuando en tu cuerpo aparecen otras molestias ALLI estan y perjudican el poder mejorar

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  3. Gaby yo no soporto la leche!!!! nunca pude con la leche y mi mami me obligó a tomarla hasta que terminé el colegio! luego...salvo en cappuccino... ningún interés por la leche!

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  4. Es cierto Mario... necesitaré terapia para desembarazarme de esta adicción.

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  5. Como todo en la vida es cuestion de balances: Tres al dia evitan el Parkinson y seis al dia te hacen dano... mucho peor son los "power drinks" que equivalen a 10 tazas... Una cardiologa que vi hace poco, tambien adicta al 'negro', me dio un small tip: "mezclado con agua"... ;)

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  6. ¿Intolerancia a la lactosa tal vez? Mi mamá tampoco la tolera y dice que de chica vivía un drama cuando la obligaban a tomársela.

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  7. no tengo intolerancia a la lactosa. simplemente no me gusta!

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