sábado, 9 de marzo de 2013

Nueva York en cuatro cuadras

Muchas veces vi a la ciudad de Nueva York en las películas mostrando este lado intenso de mucha gente de razas y culturas diversas coexistiendo en este espacio limitado que es Manhattan en comparación con otras muchas ciudades de los Estados Unidos de América; siempre apurados, con un café en la mano, caminando y caminando aparentemente con un rumbo fijo y decidido.  También he visto otras tantas donde te muestran a una ciudad glamorosa, de champagne, vestidos elegantes, alfombras rojas y clubes nocturnos.  Siempre me pareció una ciudad interesante.

Estuve trabajando intensamente desde un piso 30 en Lexington Avenue, teniendo en frente de mí al edificio Chrsyler, hermoso edificio que no llegaba a ver en su plenitud desde la ventana. Donde volteaba veía cientos de ventanitas en edificios de múltiples diseños, de múltiples alturas, lo que te da una sensación de estar atrapado por grandes bloques de cemento.
 
Vi nevar por la ventana, y vi como a cada minuto una especie de gárgolas con forma de aves que decoraban al edificio de al frente iban tiñéndose de blanco.  Veía techos de donde salían grandes cantidades de humo.  Las ventanas se nublaban con el caer constante de los copos de nieve.
 
Me topé con muchos negocios, de distintos tipos, cafés, sandwich al paso, Starbucks, tiendas de perfumes y cremas, farmacias Duane's & Reeds, intercaladas por enormes entradas a edificios de oficinas.  También espacios en construcción.  Caminé sobre grandes planchas de acero que cubrían pistas muy deterioradas.  Me topé con obreros dentro de una zanja que rompían la pista ál frente de una gran construcción.  Caminé debajo de estructuras metálicas que soportaban alguna remodelación en el camino.  Muchos hoteles, uno frente al otro, unos modernos y otros majestuosos conservando entre sus paredes la gloria del pasado.
 
Caminando me crucé con gente distinta.  Toda apurada, en su mayoría andando solas. Algunos con un perro también abrigados y especialmente uno con un impermeable rosa. Gente de todas las razas, con sombreros y sin ellos, con cuellos altos, con abrigos de diversos colores y largos. Botas de nieve, botas con taco. 
 
También encontré colas de abrigados asiáticos con ánimos de entrar a bailar a una discoteca cuyo tamaño no podía vislumbrar a través de la estrecha puerta a la que se llegaba por una corta alfombra roja custodiada por un fornido hombre de raza negra.
 
Muchos taxis, todos amarillos, de muchas marcas, avanzando con violencia al paso de la luz verde, conducido en su mayoría por gente extranjera que no conoce la ciudad.
 
Entradas al metro, con sus escaleras siempre ocupadas, albergando todo un mundo de movimiento en otra ciudad bajo tierra, donde la gente camina apurada a la búsqueda del tren que lo llevará de vuelta a su casa.  Muchas tiendas en las estaciones de metro.  De todo tipo y siempre concurridas.
 
Eso fue el Nueva York que me tocó ver en cuatro cuadras, una estación de metro y a través de las ventanas.
 

sábado, 2 de marzo de 2013

Tengo bebé nuevo

Queridos amigos he vuelto a ser madre.  Esta vez de un hermoso perrito de raza bulldog francés de casi tres meses de edad y de color beige claro.  Un hermoso machito del cual ya estoy completamente enamorada.

Tanto a mi como a mi esposo nos encantan los perros, sin embargo no habíamos tomado la decisión de tener uno aunque la conversación siempre nos rondaba.  Además, mi hija Miranda llevaba dos años pidiéndonos tener un perrito.  Le fascinan y cuando se topaba con uno no lo soltaba.  Sin embargo teníamos el problema que, por el contrario, Lara salía corriendo cada vez que se topaba con un perro.  Finalmente nos decidimos.  El hecho gatillador es que hoy día se iba Conchito, nuestra nana, de la casa.  Creímos que un perrito podría ayudar a Miranda a superar la tristeza que le significa el hecho de no tener a diario con ella a su querida Nana.  Así que con la ayuda de mi amiga veterinaria, compramos un cachorro.

Ya me habían advertido que nos metíamos en un lío soberano, pero la primera noche pasó tan sin problemas que pensamos que habíamos dado con el perro perfecto.  Gran mentira.  A partir de la segunda noche (hoy es la cuarta) el perro llora como un bebé a la hora que lo dejamos a dormir en la cocina.  Simplemente no quiere estar solo.  Se pasa todo el día escurriéndose entre nuestras piernas que no logra entender porque razón no puede dormir con nosotros.  La segunda noche, la primera en que los llantos empezaron, pedí consejos por facebook de que hacer con él.  Entre los variados consejos hubo mucha coincidencia en que lo debíamos dejar llorar hasta que se canse.  Eso hicimos y se quedó dormido al fin, pero retomó el llanto varias horas después en la madrugada.  A la siguiente noche la misma historia y hoy aquí me tienen escuchando hace 40 minutos al perrito llorar, aullar y ladrar sin poder acercarme para no truncar su proceso educativo.

Pero pese a las molestias la alegría que ha traído a mis hijas no tiene nombre.  Lara corre con él por la casa sin ningún temor y Miranda está súper responsable ocupándose de su comida.

Dicho sea de paso... Nuestro perrito se llama Quispe.

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