domingo, 8 de julio de 2012

Los Miedos

Desde niños nos enfrentamos a muchos temores. Algunos son superados con el devenir del tiempo, otros se transforman y mutan a nuevos temores y algunos otros se intensifican y se convierten en fobias.

Los padres vivimos ayudando a nuestros hijos a enfrentar y superar sus temores. Particularmente siempre les digo a mis hijas que no es malo tener miedo pero que lo importante es aprender a vencer nuestros temores y crecer. Pero claramente somos nosotros los padres, los que de alguna manera trasladamos nuestros temores a nuestros hijos. Por eso es muy claro ver -en la mayoría de los casos- que de padres intrépidos se desarrollan hijos intrépidos y de padres conservadores (por decir elegantemente padres temerosos y maricones, grupo en el que me incluyo) se desarrollan hijos con temores o en el mejor de los casos conservadores.

Confesaré pues aquí ante todos que soy una persona muy poco intrépida (nada intrépida en realidad) y que además ostento una gran fobia: la cucarachofobia. Hablé de ello alguna vez en este espacio. Le tengo pánico absoluto e irracional a las cucarachas. Va mas alla del asco. Es pánico irracional. No puedo verlas, pego de gritos, salgo corriendo y creo que podría desmayarme si se me acercan. Pese a que mi esposo me advertía todo el tiempo de que trasladaría mi miedo a mis hijas, pues efectivamente lo hice. Lo tienen en menor medida que yo, pero ya le tienen miedo a estos asquerosos bichos. Sin duda menos que yo. Ellas pueden ver una película donde salen cucarachas y yo simplemente cierro los ojos. Pero auguro que el temor aumentará como me sucedió a mi. Ya fregué a mis hijas.

También me considero acrofóbica, aunque sin diagnóstico médico, pero le tengo muuuuuucho miedo a las alturas y a los abismos. No soy capaz de asomarme en altura teniendo un muro bajo. No subiré el Huayna Picchu precisamente porque siento que me jalan los abismos, no me acerco a los vacíos porque siento que me llaman. Por la misma razón no me atrevo a hacer parapente, tirarme en paracaídas, volar en ala delta, hacer bungee en alturas, escalar una montaña, hacer rappel en una montaña de piedra y asuntos parecidos. No está en mi naturaleza. Nunca luché contra ella.

Por esa misma razón no me fue posible sentarme en ese asientito de la punta de la proa el viernes que estuve en un velero. Me sentí sumamente atrevida por haber logrado llegar a la proa, despues de haber caminado por un borde con sogas bajas, con velero en movimiento y sentarme en un ladito con las piernas colgando. Mi jefe, aventurero él, hombre de miles de retos, no solo profesionales, sino físicos y a nivel personal, fue el que me llevo a la proa y probablemente se frustró de no haber logrado colocarme en el asiento pese a haber llegado tan cerca. El me dice que no soporta tener miedos, que siempre tiene que enfrentarlos. No tiene idea de lo mucho que significó para mi llegar donde llegué.

No sé si estoy bien o mal, pero hay miedos que nunca me han interesado enfrentar. Por eso no hago nada por entablar una armoniosa relación con las cucarachas. Si mi pánico fuera respecto de los seres humanos sin duda hubiera entrado en terapia. Pero no le tengo miedo al ser humano, escucho, aprendo, analizo y tolero a los mas diversos seres humanos día a día. Creo en los hombres y en su buena fe a pesar de ser abogada. Tampoco le tengo miedo a lo sobrenatural, aunque no me iría a dormir a un cementerio para probarlo.

Tampoco me interesa superar mi temor a los abismos. No son actividades que me interesen. Soy un ser absolutamente terrenal, que ama la vida y se cuida de los riesgos (aunque confieso que con ese patrón debería cuidar mi salud y bajar de peso. Prometo hacerlo). Sin embargo no le tengo miedo a los retos profesionales. No tengo miedo de atrapar las oportunidades que se me presentan. No tengo miedo de aprender ni de estudiar. Soy una abogada que no le tiene miedo a las matemáticas.

Complicados somos los seres humanos... ¿Debo entrar en terapia entonces?

2 comentarios:

  1. Tampoco subiría al Huayna Picchu, ni a ninguna otra montaña. No por miedo a las alturas o a los abismos, sino por simple sentido común.
    Así que, por ahí andamos.

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  2. yo creo que les estoy contagiando a mis chicos el miedo a los temblores! En el último, yo estaba en la oficina, llamé a la casa y la señora que los cuida me dijo que ellos solitos de un salto fueron rápido a la puerta. Precavidos, sí, pero llenos de temor. ¿Cómo hacer para se controlen?
    Rafa

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